Opinión: La impotencia de los grupos de derecha

Por Luis Gramuglia


El dirigente camionero Hugo Moyano dijo que los robos que se produjeron estos días fueron estimulados por el gobierno para "victimizarse" y poder así tapar los presuntos ajustes que estarían recayendo sobre la clase trabajadora en una audaz interpretación de las causas que dieron origen a los incidentes ocurridos en ciudades de varias provincias.
Moyano y sus socios circunstanciales como Pablo Micheli (autor de la célebre frase de la "guerra nuclear" contra el gobierno), el gastronómico Luis Barrionuevo, los desorientados partidos de izquierda, el "chacarero" Eduardo Buzzi de la Federación Agraria y el peronismo de derecha protagonizaron el miércoles pasado un esmirriado acto en la plaza de Mayo para quejarse por el impuesto a las ganancias y por la situación de los jubilados, entre otras demandas.
Parece que la fallida convocatoria los irritó sobremanera y este enojo habría sido el detonante para la violencia del jueves y viernes. Esos sectores son funcionales a los grupos concentrados de la economía --y entre ellos el Grupo Clarín-- que acuden a cuanta estratagema está a su alcance para desestabilizar al gobierno, crearle problemas, con el inocultable deseo de que termine antes su mandato. No hay otra interpretación posible a la cantidad de maniobras a las que apelan, desde operaciones de prensa, la manipulación de la información, su ocultamiento, la mentira desembozada, el aliento a marchas de caceroleros y, como última instancia, la violencia descontrolada en la calle.
Embisten tozudamente contra la presidenta porque ven en ella un estorbo a sus oscuros propósitos. Necesitan que nada se consolide porque, en definitiva, aborrecen este modelo inclusivo, de reparación de derechos, que alienta la movilidad social ascendente. No toleran la presencia del Estado en la economía que debería ser libre, manejada por el mercado, sin su presencia que molesta, perturba, lesiona sus intereses.
Pero estos grupos que operan en las sombras necesitan idiotas útiles que hagan el trabajo de superficie y en esa categoría figuran esos dirigentes y otros de la oposición política que, impotentes, se someten a los designios de quienes detestan a gobiernos nacionales y populares. Y entonces replican sus argumentos; se convierten en voceros de quienes son sus mandantes en una entrega que es recompensada con apariciones periódicas en el multimedio. Es a lo único que éstos pueden aspirar porque cuando llega el momento del voto, el pueblo, sabio, se inclina por aquel partido que le ofrece garantía de continuidad de un modelo virtuoso que ciertamente tiene deudas pendientes y una de ellas es no haber podido extirpar aún los bolsones de exclusión social que afecta a tantos argentinos.
En un Estado democrático las diferencias se dirimen en las urnas o a través de los mecanismos que la democracia entrega. La protesta, la movilización son instrumentos válidos y necesarios para darnos cuenta que esta viva. Nadie quiere una democracia formal, apegada a las buenas maneras. Es bueno que existan contradicciones, que se busquen acuerdos y que si éstos no se alcanzan se vote para dirimir la diferencia.
Así funciona el sistema y tenemos que aceptar sus reglas. De otro modo deberíamos adaptarnos a vivir regidos por la ley de la selva. Este gobierno fue electo por una abrumadora mayoría para ejecutar un determinado programa de gobierno que no puede ser cambiado de un día para el otro. Se pueden ejecutar correcciones coyunturales, pero la orientación última no puede estar en entredicho permanente.
Han habido muertos, destrozos, una enorme crispación en estos días, en un intento desesperado por generar un caos social que no se compadece con el tiempo que vivimos. Nadie en su sano juicio puede comparar esta situación con las trágicas jornadas del 2001 con estadio de sitio, represión policial, millones de personas sumidas en la pobreza.
Serìa bueno que esos grupos cesen en sus designios.

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